TE QUIERO DIEGO

Por Vero Benitez

¿A qué planeta volviste? Cuando pensamos en volver nunca pensamos en morir. Por eso, existe una tendencia a pensar y simbolizar la inmortalidad, es muy difícil aceptar la finitud de la existencia. Nos aferramos al universo, a Dios, a diversas creencias para poder vivir sabiendo que vamos a morir. Qué hay después? A dónde van los que odian, a dónde van los que aman? A dónde van los indiferentes, a donde van los que dejan huellas? A dónde y cuándo nos encontramos? Quiero creer en que existe un lugar redentor donde nos vamos a encontrar, porque así el dolor es más llevadero. Existencialismo quién te conoce?

Nos pasamos un año coqueteando con la muerte más de lo habitual, no voy hacer un análisis de eso porque considero que es innecesario. Cada une sabe cómo nos atravesó. Pienso en el último golpe bajo que dejó en mí y en muchos más la partida de Diego. Dónde estas Diego? Estás bien, estás mejor? Es más liviano ser tu propio Dios? En uno de los tantos videos que miro alguien decía “volvió a su casa” y se me volvieron a empañar los ojos. Ya es un estado habitual en estos días. Pero qué simbólico volver a tu propia casa!  Volver al hogar, al amor, a la génesis. Pero no queríamos que te fueras a tu casa, queríamos que te quedaras en la nuestra. Están las fotos, los videos, los homenajes, los recuerdos, las canciones, los partidos, los murales pero no estás vos.

 

Tengo intención de regalar estas palabras a quienes sienten el mismo dolor y la misma tristeza, donde juntes caminamos con ese hilo conductor que es el amor. Desde mi posición política feminista popular no voy argumentar porque me parece innecesario y hasta ridículo. Puedo analizar y amar a otrxs desde la integridad, puedo reconocer aspectos negativos y positivos, pero no puedo juzgar. Las figuras imponentes que dejan algo en el corazón popular no las cuestiono. Puedo convivir con las contradicciones porque es parte de la vida y es parte de la política, lo puedo hacer. Algunas veces me sale mejor que otras pero las acepto. El árbol no me tapa el bosque, y la caperucita hace rato que se fue del cuento. Así que el lobo que anda buscando comerse la caperucita que se invente otro cuento. Acá no está.

Acá tenemos otra historia y es más hermosa que la del lobo y la caperucita. Tenemos la historia de un pibe que era tan pobre que lo único que tenía era sueños. En Argentina, el fútbol es un deporte popular, inclusivo, colectivo que lo llevamos prácticamente en el ADN. Es parte de nuestra carta de presentación, son los domingos en familia mirando el equipo del cual somos, son los padres, madres, tíos, abuelos llevándonos a la cancha. Es la mística y el ritual para ver ganar y ascender a nuestro equipo. Todo es colectivo, es con el otrx. Festejamos, nos enojamos y lloramos juntes. Te puede gustar a o no pero es parte de nuestra identidad.

En el mundial de Italia 1990 recuerdo mi papá haciendo un asado mirando un partido con mi mamá y conmigo a las 5/6 am, recuerdo el mundial de 1994 cuando la enfermera se llevó nuestros sueños en un show mediático nunca antes visto. Recuerdo al Diego jugando en Boca, cuando se retiró, en el mundial de Sudáfrica como técnico. Recuerdo que lloré. Lloré porque nos eliminaban pero más lloraba por las críticas y el maltrato a Él. Siempre tan perversa y dañina la prensa. El poder hegemónico nunca te perdona que seas pobre y no te olvides de donde venís.

Eso es Maradona un símbolo popular, que une y genera grietas. Genera grietas políticas y grietas morales. Pero no es ni una cosa ni la otra, es todo. No es Maradona peronista, Maradona chavista o Maradona machista. Es Maradona símbolo del deporte más popular de nuestro país, es Maradona campeón del mundo, es Maradona posicionándose políticamente y es Maradona machirulo. Machirulo como mi papá, como mis amigos, como mis ex, como mis compañeros. Es todo.

El día que murió me llamó mi papá para avisarme, justo mi papá. Porque pienso en todo lo que lloramos a Diego y lo lloramos desde tantos aspectos que es imposible que desde alguno no te idenfiques o no te genere empatía. Quizá por eso también lo odian tanto, por lo que les representa desde lo individual. Nos pasa a todes.

Lloramos un padre, una familia que fue y después dejó de ser (o mutó), lloramos los sueños cumplidos y los sueños frustrados, lloramos el amor y el odio. Lloramos las épocas que añoramos y no volverán, lloramos las risas y las frases, los bailes y los entrenamientos. Lloramos las adicciones que no pudimos acompañar para sanar, lloramos el abandono, lloramos los padres que vienen y se van, lloramos todo. Y vamos a seguir llorando, recordando, pensando, preguntando por qué una persona que no era parte de nuestro núcleo íntimo nos produce semejante dolor.

Quizá no existe una explicación, quizá son muchas, quizá son todas, quizá no hay ninguna. Qué más da? Yo guardo en mi corazón los momentos que en familia compartí mirando al Diego, me quedo con las entrevistas, con los bailes, con su visita al Malvinas como técnico de Gimnasia. Me quedo con la gente que le llevaba flores, rosarios, camisetas, que se le caían las lágrimas. Me quedo con lo genuino, me quedo con lo imperfecto, con el Dios sucio, me quedo con un espejo y miro lo que me refleja. Me quedo con el altar que tengo en mi habitación y la velita para vos. Me quedo con el amor y con el recuerdo, con las palabras que sobran y me invento en mi corazón el nombre del plantea al que te fuiste. Te quiero Diego.

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