¿Cómo se escribe la novela que no existe? ¿Acaso con la misma tinta vetusta con la que se escribieron los Rollos del Mar Muerto? ¿Con el cuero de qué bicho se forra esta crónica de delirio telúrico?
Así como el morisco Cide Hamete Benengeli nos contaba las andanzas de un tal Alonso Quijano, El Escribiente nos recita las grandes y epopéyicas quijotadas de Personaje Descolocado, por momentos más colocado que su apellido, y del Celebrante Retirado, su excéntrico consejero.
La topografía de Malasya está hecha de leyendas urbanas de un mundo que fue o será, de estertores de una mitología de nosocomio, de historias de linyeras y Fiurers. Debajo del papel pican más ideas de las que el lenguaje puede rascar. ¿Me entendeus?
El Sabio Delirio, El Profeta de las Doce Menos Cuarto, La Santita Doméstica: con cada capítulo, marmat va tirando su Tarot y el Zonda lo desparrama en un puñado de arcanos criollos, rusos y chinos. Pero Malasya es un mazo zarpado, donde la combinatoria es infinita y los etcéteras, innumerables. Ochenta y ocho capítulos: dos infinitos haciendo la vertical.
¿Cómo se lee Malasya, la novela que no existe? Mire vea, lector que tampoco existe, usted está a punto de comenzar el viaje. Déjese guiar o piérdase, pero desconfíe de los falsos cartógrafos: el mapa de Malasya se lee igual al derecho y al revés.
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