POESIA CHILENA: DOCUMENTAR LO QUE SUCEDE

 

Por Gonzalo Terrazas (escritor)

 

Salen militares.

Entran civiles.

Las culebras cambian de piel. 

(Gonzalo Millán, La Ciudad)

 

En una entrevista reciente, el poeta chileno Germán Carrasco afirmaba que “traducir y escribir son actos de resurrección”; y conectando magistral frase con dos versos de Jaime Pinos, de su última producción “Documental” (2018):“la realidad tiene un tono/ el trabajo de la poesía es encontrarlo”. Tenemos entonces, un hilo conductor que nos sitúa en el foco de la resistencia fundamental en la historia política del país trasandino.

Como documento rizomático, la poesía chilena reveló y sigue revelando la idiosincrasia (o la psicología) de un país que vive constantes situaciones de conflictos; una erupción que viene acentuándose desde el sanguinario bombardeo a la Moneda el  11 de septiembre de 1973, hasta la carnicería  neoliberal de estos días, bajo la tutela de un presidente que patentiza a ese mismo grupo de elites que lucraron y siguen lucrando con los derechos del pueblo, cito:

Las heridas se parchan con dólares. La memoria queda atrás como una tétrica película que olvidar” la dulce voz de un Pedro Lemebel (foto de portada) menos barroco, pero igual de necesario en su memorable carta al hombrecito en cuestión, Sebastián Piñera.

Pero los cuerpos no mienten, no. Desde sus azotadas espaldas, testimonian la acumulación de un descontento social que agobia a un presente y estanca al futuro en el estómago de miles. Cuerpos atiborrados de precarización, vaciamiento, ira. Cuerpos llenos de miedo a enfermarse por no contar con los fondos necesarios para costearse una atención médica. Cuerpos sumidos en una flexibilización laboral que los lanza a la incertidumbre en medio de un pandemónium sitiado de ceos, pacos y colaboracionistas bufones del medio. Cuerpos que piden a gritos, una educación pública e igualitaria. Cuerpos que dicen basta, cuerpos que salen de sus casas a enfrentar al representante de esas rancias empresas privatizadas, que solo se alimentan de británicos ademanes aristocráticos o maquiavélicos intereses financieros.

Es imposible no viajar hacia atrás, avizorar la vista de la lente de la memoria, y retomar los versos que el poeta y cantautor Victor Jara escribió muy poco antes de ser acribillado en el Estadio Nacional en los 70´:

somos aquí diez mil manos/

que siembran y hacen andar las fábricas/

cuanta humanidad con hambre, frio, angustia, pánico/

dolor, presión moral, temor y locura.

Victor Jara

El poeta irlandés Seamus Heaney señaló una vez que, la poesía “debe dar una respuesta a los desastres de su entorno”, y que más allá de su funcionamiento estético, es una manifestación artística que se potencia al máximo cuando hay un lugar en donde lo trágico es todo un acontecimiento histórico, político y definitivo. Entonces, Gonzalo Millán, Omar Lara, Manuel Silva Acevedo, Raul Zurita, y posteriormente, Pepe Cuevas, Elvira Hernandez, etc, son solo algunos de los nombres de quienes grabaron en sus pellejos, la herida imborrable del horror, la tortura y el exilio. Pilares que recogieron testimonios desde sus empíricas heridas, hasta reterritorializarlas en textos que, hasta el presente, siguen dando testimonio del dolor, y a la vez, de lucha y resistencia ante los malditos pacos; asesinos a sueldo de la ceocracia piñerista.

Se inscribe así, el funcionamiento impersonal de una poesía que cumple un rol más que necesario: el de patrimonio de la desobediencia, el de una indagación permanente desde y sobre el mismo lenguaje, que se sitúa y se desplaza hacia otros territorios, otros cuerpos, otras generaciones; nuevas voces que devienen memoria, y  hablan la voz de la lengua censurada, trivializada, triturada por la lengua oficial. “Somos hablados por la poesía” sentenció una vez el poeta argentino Ricardo Zelarrayán en el posfacio de su obra “La Obsesión del Espacio”

En un artículo titulado “Horroroso Chile” escrito por Patricio Escobar Romero, el escritor y ensayista rescata: “hubo otros vates que convirtieron sus textos en tempranos testimonios del horror y en verdaderos actos políticos”. En el mismo texto, se cita a Aristóteles España, quien con apenas diecisiete años, yacía encerrado y torturado en Isla Dawson:.

LLEGADA

Bajamos de la barcaza con las manos en alto
a una playa triste y desconocida.
la primavera cerraba sus puertas,
el viento nocturno sacudió de pronto mi cabeza rapada
el silencio
esa larga fila de Confinados
que subía a los camiones de la Armada Nacional
marchando
cerca de las doce de la noche del once de septiembre
de mil novecientos setenta y tres en Isla Dawson.
Viajamos
por un camino pantanoso que me pareció
una larga carretera con destino a la muerte.
Un camino con piedras y soldados.
El ruido del motor es una carcajada,
mi abrigo café tiene barro y bencina:
nos rodean
bajamos del camión
uno dos tres kilómetros
cerca
del
mar
y
de
la
nada,
¿Qué será de Chile a esta hora?
¿Veremos el sol mañana?
Se escuchan voces de mando y entramos a un callejón
esquizofrénico que nos lleva al Campo de Concentración,
se encienden focos amarillos a nuestro paso,
las ventanas de la vida se abren y se cierran.

 (Aristóteles España “Dawson)

 

Años después, las formas de los textos en verso fueron virando hacia otros estilos menos coloquiales, haciendo pliegues dentro de la misma estructura, híbridos entre prosa y verso que ponían en juego toda especie de convencionalismo discursivo, sembrando claves y contraseñas que obligaban al censor a no inmiscuirse en un laberinto que pusiera en duda su “firmeza militar”. Obras como Purgatorio (Raul Zurita), La nueva novela (Juan L. Martinez), “Proyecto de Obras Completas” de Rodrigo Lira, etc, inscribían una nueva estética en el género:

COMUNICADO

A la Gente Pobre se le comunica
Que hay Cebollas para Ella en la Municipalidad de Santiago.
Las Cebollas se ven asomadas a unas ventanas
Desde el patio de la I. Municipalidad de Santiago.
Tras las ventanas del tercer piso se divisan
Unas guaguas en sus cunas y por las que están un poco más abajo
Se ve algo de las Cebollas para la Gente Pobre.
Para verlas hay que llegar a un patio
Al patio con dos Arboles bien verdes
Después de pasar por el lado de una como jaula
Con una caja que sube y baja
Después de atravesar una sala grande con piso de baldosas
Y con tejado de vidrio
Con unas señoritas detrás de unos como mostradores
Después de subir unas escaleras bien anchas
Después de pasar unas puertas grandes
En la esquina de una plaza que se llama
“de Armas”, en la esquina del lado izquierdo
De una estatua de un señor a caballo, de metal,
Con la espada apernada al caballo
Para que no se la roben y hagan daño.
Ahí, debajo de las ventanas con las guaguas,
Están las Cebollas.
No sé si podrá conseguir
Unas poquitas.
El caballero que maneja
El ascensor ese, con paredes de reja.
Me dijo que eran
para la gente pobre.
Después, dijo algo del Empleo Mínimo.
Yo tenía que irme luego a comprar un plano de Santiago
y una máquina de escribir.

(Rodrigo Lira, Proyecto de Obras Completas)

 

 

IN MEMORIAM

Estadio Chile

Y riéndose nuestros
captores nos decían:
Cántennos ahora
unas cancioncitas
de Víctor Jara
o del Quilapayún…
Y hechos pedazos
les respondíamos
en los estadios
chilenos:
Jamás cantaremos
cantos del Señor
en las malditas
cárceles de Babilón.

Entonces se vio el estadio chileno    ya sin nadie    vacío
arrumbado sobre la nieve muerta

Mostrando entre sus abandonadas graderías las cumbres
y más allá un mar y más allá del mar un cuerpo con los
brazos cortados    boca abajo    como flotando

(Raúl Zurita, Zurita, 2011)

Finalizados los siniestros 70´, con una crisis económica insostenible, y sacudidos ya del miedo de salir de casa o volver del exilio, se comenzó a salir nuevamente a las calles. Poetas como Tomás Harris, Elvira Hernandez, Pepe Cuevas o Clemente Riedemann, dieron crédito a textos que, hoy más que nunca, alimentan el espíritu escritural de muchos jóvenes que aún caminan el territorio de la violencia de los ceos al gobierno:

DE COMO LA INDIADA LE PERDIÓ EL RESPETO A LOS CABALLEROS

Los indios creían
que el español y su caballo
eran ambos una sola piedra irreductible.

Sin embargo, con el tiempo
disolvieron ellos en su mente
esa hermosa costra primitiva.

Un día dieron caza a un gran caballo
y lo pusieron en tierra
y lo mataron a palos.

Después ahumaron la carne
y se la comieron.

Y como no se indigestaron
vieron ellos que era bueno.

Pero el winka, cual cola de lagarto
continuaba aún en movimiento.

Entonces vieron los mapuches
con los huilliches y pikunches
que el español era a ellos
casi en todo parecido.

Que también tenían pelos
y miedo en los bolsillos.

Y que caían al suelo y se podrían.

Entonces los indios construyeron
el siguiente silogismo:

“TODOS LOS WINKAS SON MORTALES”.

Y vieron ellos que era bueno
darse cuenta que eran hombres
y no demonios ataviados
con las camisetas del pueblo.

(Clemente Riedemann, Karra Mawn, 1984)

 

LA BANDERA DE CHILE III

A la Bandera de Chile la tiran por la ventana
la ponen para lágrimas de televisión
clavada en la parte más alta de un Empire Chilean
en el mástil centro del Estado Nacional
para un orfeón pasa un escalón
dos tres cuatro

La Bandera de Chile sale a la cancha
en una cancha de futbol se levanta La Bandera de Chile
la rodea un cordón policial como a un estadio olímpico
(todo estrictamente deportivo)
La Bandera de Chile vuela por los aires
echada a su suerte.

(Elvira Hernandez, La Bandera de Chile, circuló clandestinamente en 1981, publicándose oficialmente en 1991)

Difícil escribir desde un pequeño territorio, de una provincia periférica a donde transcurren los hechos. Pero sobran postales, documentos, y sobre todo, motivos suficientes para amar a una tierra cuya cultura desata la pasión desde sus propias raíces hasta las voces del mañana. Desde las líneas folkloricas de Violeta Parra hasta el creacionismo de Vicente Huidobro, la voz granosa e imponente de Pablo de Rockha hasta las líneas láricas de Jorge Teillier en las tierras de Lautaro. Carmen Berenguer, Malu Urriola, situados todxs en un círculo imaginario aunque real, donde las Yeguas del Apocalipsis comandadas por Pedro Lemebel y Pancho Casas tatúan cada cuerpo de sexo, liberación, deseo y resistencia, desacralizando la dureza de los machos cabríos que insisten que a base de palos y balas se hace patria. Difícil desprenderse de la riqueza de una unión tan carnal como la de la lírica y la lucha social, en un país que sale a las calles, y da una vez más el ejemplo, de que “un país sin memoria es un país sin historia” como grita Anita Tijouxx en tiempo presente y en tiempos venideros.

“Quizás todo el país se acuerda de usted formando parte de la nata panzona del derechismo empresarial. Por entonces, en aquella época de terror, quien hacía fortuna de alguna manera era a costa de las garantías de la represión. Usted llenaba sus arcas, don Piñi, y nosotros sudábamos la gota gorda, o la gota de sangre. Fíjese que no se nos ha olvidado, y nunca se nos olvidará, aunque a usted le reviente que el pasado aflore cuando menos se lo espera. A usted ni a sus yuntas de pacto les conviene el pasado, por eso, miran turnios y amnésicos al futuro.”

(Fragmento de carta de Pedro Lemebel a Sebastián Piñera, 2008)


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