¿DONDE VA EL PUEBLO CUANDO VOTA?

Divagues en la boca de las urnas. Intentando pensar entre todes, los caminos de la elección popular, su poder y sus miserias.

Patrick Boulet

jerelaut@yahoo.com.ar

 

Las elecciones burguesas son siempre objeto de debate. Este debate viaja entre escepticismo absoluto respecto a sus posibilidades de modificar en algo la vida concreta del pueblo , hasta la glorificación ingenua y conservadora que las coloca en “la” única opción de participación popular. Entre ambas suposiciones pretendemos ubicar el debate, lo más lejos posible de cualquier esencialismo.

Intentaremos, sin conseguirlo claro, repasar en borrador algunos de los debates respecto a la expresión popular mediante sobres y urnas. Borroneando inicialmente  consideraciones para comenzar a pensar a representantes y representados.

Por estos motivos, o por ninguno de ellos, el autor de esta nota sólo conserva dos certezas. El 29 de septiembre aportará su insignificante partícula de polvo para que Anabel Fernández Sagasti sea gobernadora y el 27  de octubre para que Alberto Fernández sea presidente de todes les argentines.

El voto nada cambia

Un concepto bastante debatido, al menos desde la ideología de los sectores populares, es la utilidad del voto para modificar las condiciones de vida del pueblo. Entendiendo a las elecciones como puja entre diferentes sectores de las clases dominantes, podríamos preguntarnos si cualquiera sea su resultado, la situación será igualmente opresiva para el pueblo. La respuesta histórica negativa es casi obvia, diferentes sectores de la burguesía impulsan modificaciones económicas y sociales que nunca son neutras para la vida de las mujeres y hombres de los sectores populares.

Reconociendo esto, luego se debate, la incidencia del voto individual en una elección que nuca se decidirá por mi decisión singular, dado que la suerte está echada y nada que yo haga moverá la aguja. La respuesta es nuevamente obvia, este pensamiento repetido en algunos millones si es decisorio para el resultado electoral.

Hay herramientas mucho más poderosas que las elecciones burguesas para construir poder popular y contra hegemonía

Esta aseveración es indiscutible en sí misma como cualquier tautología. Siempre se puede estar mejor y peor, el asado que como esta noche es seguramente peor que muchos otros y claro mucho mejor que no comer asado. Con esto queremos decir que no vale decir que la herramienta no es lo suficientemente fuerte, sino analizar las alternativas superadoras.

Si pensamos que en los momentos de elecciones se habla de política más que en otros, se organiza grupalmente  y se pone en cuestión el orden más que otros, no parece ser un mal momento. El problema sería que hacemos entre medio de las elecciones, no ese día, sino en el proceso de lucha de dos años hasta las próximas. Construcción de contrahegemonía que difícilmente sea desviada por este particular momento. Esto lo sacamos de hojear las tres primeras páginas de Gramsci para Principiantes, parado en un kisoco de la San Martín (y las dos primeras eran de títulos).

Candidatos a Gobernador en Mendoza

El poder y el gobierno

El voto elige gobiernos, que como sabe (o supone) cualquiera que lea los diarios, no es el poder real en una sociedad capitalista. Nuca votamos a los propietarios (De Movistar o del súper de la esquina) por lo cual no elegimos al poder.

Elegimos los integrantes de los poderes ejecutivos y legislativos en la dimensión municipal, provincial y nacional. Quienes encabezarán los vértices del estado en un momento histórico determinado (reconociendo algo que también se olvida Estado y gobierno no son sinónimos), lo que nunca es menor. Si bien el gobierno no es el poder real, si es el encargado de llevar adelante buena parte de las medidas que el poder decide, de su capacidad de sometimiento, negociación y en el mejor de los casos oposición, dependerá que la explotación aumente o se atenúe, mientras permanece el modo de producción capitalista.

El interés popular

Entender que mi partido o sector sintetiza el interés popular y los otros nos, es un concepto pre moderno. Pensar que el interés del pueblo existe y es único, es pre asirios.

Luego, el interés del pueblo en un momento histórico es muy complejo y fragmentario y no puede ser atrapado por ninguna dirigencia política, por más lúcida que esta sea. Lo que las agrupaciones políticas intentan es representar el interés de un sector pequeño (la mayoría de las veces fracción de la gran burguesía) y en líneas generales ni siquiera lo logran. El desafío de los partidos populares no es representar el “interés popular” si no construir políticas lo más ampliamente posible con la participación del pueblo organizado. En este camino el pueblo construye, con marchas y retrocesos, sus condiciones en la lucha permanente con los propietarios del capital.

Como tan lúcidamente advirtieran Jacques Lacan y Ernesto Laclau la representación es un error en sí mismo, por ahora irremediable. Un significante vacío que difícilmente sea llenado por el interés popular (por que como decíamos no existe) y que lleva al conflicto entre representantes y representados, traducido al menduco “los políticos son una mierda”. Es importante advertir esto que se repite Mendoza, La Habana y Barcelona, no es el tema de buenos y malos políticos, sino del sistema de gobierno representativo.

La guita, la campaña y los medios

Otra suposición extendida es que aquel partido que posee más recurso y los gasta en los medios masivos de comunicación, en el más amplio sentido del término, corre siempre con el caballo del comisario. Es complementaria con aquella de quien regala más bolsones es imbatible. Si esto fuese así los oficialismos serían invencibles, es entendible que María Eugenia Vidal haya creído esto, y ahora piensa que sigue en una pesadilla, en la cual la acecha un Renault Clio; pero nosotres deberíamos relativizarla.

La ventaja que da el dinero en las campañas electorales contrasta con la voluntad popular enraizada en las condiciones materiales de vida. O sea, la campaña influye en la decisión popular, en un punto que es muy difícil de cuantificar pero la decisión popular incluye también mucho de su situación material real y sus proyecciones en un plazo corto y medio.

No hay futuro

Hace ya muchos años los pensadores de la “Belle Époque” parisina, sostenían una aseveración irrefutable “si Dios ha muerto, nada tiene sentido”. Cien años después los mismos parisinos la cambiaron por “si el futuro ha muerto, nada tiene sentido”, estas tan afrancesadas reflexiones sobre el fin de la modernidad se instalaron en América Latina como una positividad efectiva, un “humus cultural” como le gusta decir tan lucidamente a nuestro amigo Roberto Follari.

Esta positividad posmoderna marca, acentuadamente en momentos de crisis, la ausencia de un futuro  y de proyectos colectivos que lo sustenten. O sea que la larga ilusión de la “sociedad de iguales” o “la felicidad del pueblo” es reemplazado por un presente rabioso que todo lo comprende. Esta fantasmal modificación del viaje de la humanidad, el pasado no importa y el futuro no existe (para discutir mucho más largamente), impacta en las decisiones electorales. Votamos no por las generaciones futuras, o  nuestra historia, si no por nuestras urgencias actuales, lo que muchas veces tiende peligrosamente al individualismo de un presente singular y casi resignado “gane quien gane, el lunes hay que ir a laburar o a buscar laburo”. Romper con esta soledad de pensarnos sólo en este momento y solos en el mundo, parece ser uno de los grandes desafíos de la política actual.

Al comienzo quizás quede la sensación en la bruma, que el voto es un instante más, pero en la suma de los instantes, que todos los días hacemos suma a aquello que finalmente parece ser lo único que vale la pena “la felicidad del pueblo” y la “distribución igualitaria de la tortita raspada”

 

 

 

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