Por Marcelo Padilla
Del proceso de tribalización de las organizaciones de sepelios, cuando la muerte es saturación de noticias y posteos, hemos caído en una extraña sonaja; y en sus ecos que rebotan y repiquetean como en bolas de cristalitos de vidrio espejados en la noche de un local bailable nos miramos deformados con nariz ancha y joroba tirando unos pasos locos. Satánicos, con vasos para psicofármacos diluidos en jarra loca y porros para la ansiedad. Si aflojan las lluvias puede que la cosecha real venga en abril o en mayo porque el aguacero permanente atrasa. No hay uvas ni melones volando por los aires, eso ocurrió en otras épocas donde los kasimires marchaban con caballos mezclados con ambientalistas y policías custodiando el palco del Jaiat donde supo estar el gran Ricky, que si bien no regalaba chocolates ni bombones reconocemos su aporte a la cultura local de la mano del gran Celso. De ahí el poemario casi homérico de Paracelso que ediciones culturales ha puesto en valor junto a la torta de cumpleaños de Kusturica: la vela, el fuego de la vela y atrás un centro cultural ex banco en llamas. Las grúas ya no caen, los techos de los escenarios no vuelan, las canoas de rescate no asisten. Un año de pandemia se festeja a lo grande. De las cifras no hablaremos porque las cifras engañan. Tampoco hablaremos de nada importante porque lo importante es cuestión de subjetividad chipeada y el nuevo diario de la muerte informa a cada segundo de las bajas. No siempre las bajas se cuentan por el virus, las mayores bajas se producen por el desquicio mental sin horizonte de nuevos muertos por nacer. Clasificados. QEPD acompañado de la luna árabe o la estrella de David, la crocce masiva y los ateos que también mueren implorando a un dios descreído. ¿Ahora me venís a pedir perdón?
***