Por Dr. Sergio Eschler
Ilustracion: Marchese
A 254 años de su nacimiento y 204 de su muerte, quedó en el imaginario colectivo como el creador de la Bandera Nacional. Aquí, expertos e historiadores revalorizan y destacan las virtudes del prócer como estadista, promotor de la educación gratuita, defensor de los derechos de los pueblos originarios, revolucionario y guerrero.
Como toda gran figura histórica, explorar la historia de Belgrano implica también una interrogación sobre el presente; sobre todo lo que hace de un conjunto de hombres y mujeres, una comunidad política, y sus distancias respecto de los valores, ideales y proyectos de quienes primero imaginaron la posibilidad de una república. Al igual que las naciones, los próceres no nacen; se fabrican. Adentrarse en la fábrica del héroe significa desmitificarlo. Repensar al hombre Belgrano e intentar reconstruir sus concepciones sobre la educación, la patria, la ciudadanía, la guerra, el comercio, quizá permita disipar la bruma del mito y enfrentarse a problemas planteados en la revolución, aún vigentes, sobre los sentidos de la vida en común.
Su actuación relevante y fundamental como economista no ha sido valorada en su justa medida, afirma el escritor Daniel Balmaceda, portador de un pensamiento profundamente innovador para su contexto. Fue pionero en muchos aspectos: fue el primero en hablar de cuidado del medio ambiente, alertando sobre la contaminación de los ríos y la necesidad de cuidar los suelos, propiciando la rotación e innovación de los cultivos. Promovió la educación popular desde sus célebres Memorias del consulado, a mediados de la década de 1790, donde propone que ese rubro fundamental para el desarrollo de las sociedades debe ser obligatorio y a cargo del Estado, y donando enteramente el premio en metálico otorgado por sus triunfos en Salta y Tucumán para la construcción de cuatro escuelas. Fue el primero en hablar de género en estas tierras, proponiendo que la mujer acceda en igualdad de condiciones a los tres niveles de la enseñanza. Fue un notable promotor de la industria, creando la escuela de dibujo técnico, cerrada al poco tiempo por el virreinato, y sentando las bases de la necesaria complementariedad entre las producciones pecuarias y agrarias y su conversión en manufacturas.
No es lo mismo estudiar a Belgrano como prócer que como un hombre atravesado, al igual que todos los revolucionarios en la década de 1810, por ambigüedades y tensiones. Como mito, Belgrano puede presentarse como un héroe militar, creador de las escuelas de primeras letras y de la Bandera de la Argentina. Como hombre, Belgrano aparece como un miembro ilustrado de la élite de Buenos Aires durante el Virreinato, convertido intempestivamente en militar con la resistencia a las invasiones inglesas, y uno de los revolucionarios de 1810 confrontados ante la incertidumbre política abierta con la organización de la Primera Junta y su principal desafío: la construcción de una nueva legitimidad política. Las nuevas generaciones pueden entonces observar a Belgrano menos como una pieza de museo o una estatua, que como parte activa de un contradictorio experimento revolucionario en el Río de la Plata”.
En esta revisión, cada generación ve el pasado en función de su presente destaca Gabriel Di Meglio, historiador doctorado en la Universidad de Buenos Aires e investigador independiente del Conicet-, y es por eso que se rescata, por ejemplo, el hecho de que Belgrano supusiese importante la educación de las mujeres, a diferencia de otros contemporáneos. Tiene que ver con la agenda del hoy. Creo que los próceres son interesantes para pensar la historia, pero solo si los tomamos como parte de procesos colectivos. San Martín no cruzó los Andes solo, Belgrano creó la Bandera como parte de un proyecto colectivo de revolución. Ahí radica su importancia. También, es necesario pensarlos con sus cambios a lo largo del tiempo, sus contradicciones, sus logros y sus fracasos. Y Belgrano tuvo de todo eso.
Tuvo dos carreras claramente diferenciadas a lo largo de su vida: economista dedicado a la función pública y al periodismo, y militar revolucionario que en ocasiones participó en política activa. Y en ambas desplegó una inteligencia aguda y sutil. Se hizo revolucionario no por oposición a la monarquía como forma de gobierno, sino porque era un legitimista de convicciones fuertes. Combinó en su pensamiento elementos fuertemente arraigados en la tradición política española con conceptos de avanzada tomados de la Ilustración y del propio ideario revolucionario de mayo, que los letrados patriotas fueron construyendo sobre la marcha.
Además, entendió al periodismo como un sistema de difusión de ideas. En materia económica, lo hizo en el Correo de Comercio, que fue el medio por el cual dejó plasmadas sus propuestas. Mientras que, ya en plena guerra de la independencia, no se privó de distribuir gacetas para que aquellos que no tenían acceso a esta información pudieran enterarse de las ideas que se gestaban en Buenos Aires. Incluso, en cierta oportunidad, les escribió a los redactores de la Gaceta de Buenos Aires para pedirles que enmendaran una publicación referida a su campaña que consideraba incompleta.
Finamente, consideró de vital importancia romper con las etiquetas. El episodio narrado por Bartolomé Mitre en 1857 resulta clave para que, en la construcción de la memoria, la posteridad de Belgrano quede vinculada con la creación de la Bandera. Imagen que se afirmó en 1873, cuando el presidente Domingo Faustino Sarmiento inauguró la estatua ecuestre en la Plaza de Mayo. En ese mismo acto, se privilegió la imagen de Belgrano como creador de la Bandera y se suprimieron los otros aportes. Tanto es así que la fecha de su muerte, el 20 de junio, se estableció por ley, en 1938, como el Día de la Bandera”.
Pigna considera que se ha construido una historia de especialistas en el calendario escolar: “Queda muy cómoda esa distribución de roles y etiquetas. San Martín cruzó los Andes; Belgrano creó la Bandera y Sarmiento fundó escuelas. Unas efemérides pensadas en educandos de hace un siglo a los que había que ocultarles algunas de las materias primas de la historia: el conflicto, las diferencias sanas y lógicas de pensamiento.”
Se construyó un relato urgente pensando que la historia era simplemente un acto escolar y una materia aburrida en la secundaria a la que los ciudadanos no necesitaban ni querrían volver, anulando algunas de las claves de la ciudadanía, la ejemplaridad bien entendida; el conocimiento del pasado para mejorar el presente y planificar mejor el futuro; la identidad y el lógico vínculo, tan indiscutible en las sociedades más avanzadas, entre su pasado y su presente. Eso, por suerte, se cae a pedazos, y las nuevas generaciones ya no lo admiten.
En ese sentido, las etiquetas terminan siendo injustas para cada una de nuestras figuras del pasado. Belgrano tuvo una actuación relevante y fundamental como economista. Su aporte no ha sido valorado en su justa medida. Tampoco, su acción diplomática y política. Incluso, su labor como militar. Este año, tenemos esa oportunidad de poner en la superficie todo ese cúmulo de actividades que ha desarrollado.
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