Trabajo práctico, trabajo teórico, trabajo místico

A días de presentar en la capital federal malasya, la novela que no existe, marmat nos comparte un texto de fascinación ominosa de los institutos y sus reglamentos, sus meandros y sus delicadas fibras de la muerte invisible que cubre los gestos y las facciones.

Marmat

 

Si bien sentados en corro merendábamos besos y porros;

las horas, no pasaban de prisa entre el humo y la risa.

 

“Nos sentamos con los bancos haciendo un ovalo. Cada uno tenía  su cuaderno de tareas para que resolviéramos el trabajo práctico número uno. El grupo de tareas que habíamos conformado resultó del azar luego que la profesora dijera, -la profesora Griselda Semeneguilch-, nos agrupáramos con quienes tuviéramos más cerca. Supongo para no hacer barullo arrastrando los bancos de hierro sobre la loseta del piso, hecha de piezas rectangulares que diminutas cubrían un salón de 30 x 20 alto y helado, y por las tardes-noches ominoso, salvándonos del mero enclaustramiento unos ventanales distractores que daban hacia la ondulante nieve”

“Podíamos divisar en la deriva de nuestra abulia  a un aguilucho, o a un ave de carroña, o a una docena de palomas amarronadas  posarse sobre los maquínicos mascarones de proa que simulaban los aires acondicionados, perdiendo gotitas eternas de agua; sobre el canto de uno de los grandes ventanales: bichos, pájaros, entes y seres que no habíamos registrado en los trabajos prácticos ni en el inicio del curso vocacional de ingreso al instituto”

“¡El bicherío! Ellos, los de afuera, que cimbrando hacían la isa para que otras aves carroñeras, otras entidades extranjeras deambularan sobre los techos del instituto superior; negras, sombreando los ventanales altos, manchando efímeramente las cortinas naranjas que aterciopelaban el atardecer, previo a toda boca de lobo. El edificio del instituto, de talante brutalista, unos de los pocos y últimos de los muchos, quedando en un estar meloso, soporífico, de verano sin clases, aviesamente abandonado a la errática de los ciclos deportivos que por allí no se estilaba; aunque hubieron muchos, varios intentaron la toma de la torre de control donde la radio, alejada de la zona de los baños”

“Supongo el método al azar de la profesora Semeneguilch tenía sus trampas (reglas) Algunos se cruzaban de su grupo de tareas para ir a otro grupo de tareas; sea por una amiga, sea por un levante, sea por aburrimiento o devaneo. Sea por lo que fuese haya sido lo cierto es que, cada uno con su cuaderno de tareas en diferentes grupos de tareas: boludeábamos, por lo general, tres de cuatro o tres de cinco integrantes;  figurábamos en la primera hoja de las hojas todos los miembros del grupo de tareas. Teníamos resuelta la estrategia de aparición (participación fantasmal) por más que tal o cual estuviera internado en el hospital de últimos auxilios, nosotros, ¡siempre! bancamos a los que figuraban de figureti (hoy por mí mañana por ti), rezábamos”

“El grupo de tareas debía entregar el trabajo práctico número uno resuelto a las 18. Estábamos en el aula 18, “18 norte” se leía, decía el cartelito. El cartelito decía…  y aquí quiero referirme a algo muy importante por entonces respecto de los cartelitos. Los cartelitos, todos los cartelitos ¡decían algo!, algo que nos hacía pensar en algo para que después se te ocurriera llevar, ¡tu propio cartelito! y pegarlo contra las paredes para que mi cartelito, el cartelito de cualquiera, ¡dijera algo!”

(Permiso, voy a cortarme las uñas porque no puedo seguir tecleando, se escuchó, del narrador oficial. Pasaron unos minutos de ausencia y silencio, tomó café, fue por su neceser y fue por el alicate, se cortó las uñas, después les pasó a los dedos -ya que estaba, mucho apuro no tenía por volver a retomar la narración- una… no me sale la palabra, una… lamita. ¡los dejó perfectos! y  sopló el polvo blanco acumulado en sus dedos; luego pitó, dos veces del mismo cigarro. Tenía el texto enfrente y no lo miró, y su aliento era el del típico beodo, maloliente. Sus ojos,  habíanse ido de este mundo y ya soltaba los típicos devaneos por donde se perdía en su escritura. Pero él, se encontraba en los mismos lugares que  hubo ficcionado, sobre los que había escrito y vivido;  sus manuscritos no pasarían al papel, su pluma era irrefrenable, lo hacía a propósito para nunca le publicaran sus manuscritos hipergráficos, insulares, altivos por sus peanes de exordios insondables. Como si estuviera montado sobre un gran Tigre Dorado en un delirio místico, el tiempo, no tenía medida para él ni para los que estábamos esperando continúe con la narración, al menos avise, si sigue hoy o sigue mañana, puede que se canse,  y es entendible)

“Queríamos hacer la revolución. Pero, había que hacer primero los trabajos prácticos con el grupo de tareas en nuestros cuadernos de tareas; y fue así que una vez, en pleno trabajo práctico, debió haber sido el número 4, me fui a mi casa del grupo de tareas con mi cuaderno de tareas bajo el brazo, sudaba; se me ocurrió una idea que no tenía nada que ver con los temas e interrogantes que planteaba el trabajo práctico. Iba a  figurar igual en el grupo de tareas, en la primera hoja de las hojas del práctico”.

“Me siento descompuesto, dije. Y me fui”.

“Rumie la expresión (trabajo práctico) también la expresión (grupo de tareas) y (cuaderno de tareas)”

“Vamos por parte, me dije en un pensar, agarrado al helado caño del bondi, intentando organizar tal desquicio mental. ¡Me oprimía, por cierto, a la hora del atardecer! La gente traqueteaba en el bondi como vacas al matadero, yo, seguramente di saltitos inexpresivos como un ido; sin embargo no podía dejar de pensar en aquellas expresiones que, además de acompañar hacen más rápido todo viaje. Pero, el viaje, éste en particular, sería larguísimo por motivos de todo tipo”.

“Trabajo Práctico, Grupo de Tareas, Cuaderno de Tareas ¡Acción directa! El bondi viajaba atravesando una nube de oxido como si fuera un tren errático persiguiendo, buscando en los desiertos de nieve a viejos bandoleros del Oeste, del far west, para vengarse de los atracos en las guerras de la confederación y ponerle fin a aquella epopeya de ese Jesse James, que junto a los siux, arropados con pieles de osos y ciervos, no tuvieron piedad con nuestras mujeres en los trenes de la helada e inhóspita Endlandia”.

“De las expresiones citadas, mentalmente pasé a ordenar tríos de expresiones. Construí, psíquicamente, tres tríos de expresiones. Y al final me repetí el último trío guardándomelo en un huequito especulativo de la inconsciencia: “Trabajo práctico, trabajo teórico, trabajo místico”. Retuve este último trío; debió interesarme más que los otros dos del total de tríos, aunque del  trabajo místico, fase del último trío, haya tenido muchas sorpresas con el paso del tiempo, las más de las veces con el místico se sobrevive, y uno, el mismo, no el otro sino uno, en el espejo trisado lo ve recién cuando no ve la luz al final del túnel”

“El final del túnel vendría a participar en el trío (injertado) Pero, en este caso, lejos de considerarse La Tetralogía de Fallot, tratábase pues de una etapa superior, más de revelación metafísica que  de consecuencias por un simple diagnóstico de esquizofrenia, para todos  ¡ya cantado! No. No era pegarse un tiro de toque por ver un soplo de oscuridad al principio del mismo”

“¡Pará que viene lo peor! El práctico se hace tedioso, el teórico soberbio y obcecado, más el místico ofrece una vida monacal y licenciosa  a quien haya entrado en la edad de merecer cierto convite de la muerte. Éramos muy jóvenes y reitero, queríamos hacer la revolución a toda costa, mañana tarde y muerte. Ahí había una mística muerte que, por entonces, disfrutábamos haciendo en nuestros grupos de tareas los trabajos prácticos y en los  muertos baños las pintadas procaces que darían pasto a los rumores en los muertos pasillos”

“¿Viste lo que dice el baño de mujeres?, ¿viste lo que han puesto, viste lo que pasó?, ¿viste lo que expresa esa frase en el baño de hombres?, ¿viste lo que le han hecho, viste que ahora cualquiera puede meterse al baño de hombres y de mujeres? ¡No siendo hombre ni mujer quien entra al baño que debería! ¿Debería? Cuestión que los baños…”

“… supimos fumar y tomar petaca, y también, pegarnos unos gruesos saques porque teníamos demonología, o porque teníamos la hora de escatología, o porque más bien queríamos enredar todos los bancos del curso con papel higiénico cuando entrara la profesora Semeneguilch ¡Lo hicimos una vez! Entró la profe y todos le dábamos la espalda al pizarrón sentados en ovalo, los bancos enredados en el papel higiénico ¡Se le ocurrió a uno muy sotreta! que aburridísimo se encontraba en su tedio no revolucionario. Le decían “el que quebraba”, quebraba gente. Nihilista procaz, supo balearse en la selva tucumana y allí habría muerto, pero, nosotros con los fantasmas de los muertos, siempre, ¡todo bien!”

“Cuestión que todo resultó una perfo, pero, sin que supiéramos que existían las perfo; luego se pondrían de moda, y allí, en las tablas de los escenarios urbanos, sobre los trenes, simularían coitos artísticos como en la vieja Holanda, pero más berretas porque Holanda es el primer paraíso de la perversión exhibido en vidrieras. Lejos de constituir una perfo, la Calle Roja era, una instalación a cielo abierto, obra de teatro permanente para el turismo sexual que naturalizaba el pintoresquismo de pijas y conchas de goma, largas y gruesas, maquinitas de placer y muñecos y muñecas, o partes ellos, se compraban como quien compra una bayaspirina en un almacén de barrio”.

“La perfo se forjó simulación de lo que hacíamos antes en los baños, y en las afueras del instituto superior el enchastre, los cuerpos electrizados y en constante movimiento erótico sin saber qué era lo erótico. Aprovechábamos la villa y nos tomábamos: una, dos, tres birras, y fumábamos porros entre charcos de barro, ladrillos amontonados y chapas; terminábamos en una bacanal metidos en una de las construcciones de la villa, toda de visto ladrillo y de vista chapa. Una especie de yin yan ideológico practicábamos porque los prácticos eran para practicar, y nosotros nos hicimos expertos en practicar acercándonos a donde nunca queríamos llegar, a la villa donde estábamos, frente al instituto superior, mirando las estrellas”

“Esos sitios por nosotros consagrados y beatificados nos permitieron darnos ese lustre de estudiantes comprometidos con la bendita birra en un peculiar fondo de miseria y olvido, como hoy puede llegar uno a ver en ciertos lugares coquetos donde la pobreza da prestigio de izquierda”

“En los cuadernos de tareas teníamos anotaciones y resúmenes, tachas y signos de interrogación, remarcadas frases, citas de autores que creímos hombres y eran mujeres, y al revés, Etienne Balibar o Claude Meillasoux, por caso, nunca supimos ¡cuáles sus sexos! Al sexo de los autores que leíamos para los prácticos lo asentaban los ángeles de Swedenborg en su delirante purgatorio, nosotros, por entonces, no teorizábamos la práctica. La práctica nos iría teorizar después, cuando ya la muerte asomara con su canto, con su filtro de pureza y oscuridad”

“… y en la aleatoria noche de San Agustín, luego de los trabajos prácticos entrabamos a la faena mística, al festín del muerto y, por qué no decirlo, al verdadero espectáculo del enchastre epistemológico del asunto en un manto demencialmente práctico de autenticidad juvenil”.

“Nos olíamos el culo como perros, nos perseguíamos oliéndonos el culo por casas y jardines y entre los arbolitos hacíamos caca sentados como las indias, pariendo nuestra mierda. Éramos el mismo grupo de tareas de la tarde, pero, a veces se unían otros grupos de tareas de otros turnos y todo se convertía en un verdadero quilombo, ¡todos oliéndonos el culo!, todos cagando en los patios de las casas entre los arbolitos, en los jardines”

“Nos farresiábamos por entonces… y  mudábamos a perros luego de cada trabajo práctico. No le pasó solo a nuestro grupo de tareas; nos fuimos enterando que: ¡Así se hacían los trabajos prácticos! En grupo de tareas; y como todo perro, como todo gato, de moral ni de límites hablemos señor, Morales. Y vaya uno a saber cuando el narrador vuelva de sus viajes al baño, tal vez uno pueda conocer un poco más, si hay detalles digamos, escatológico-sexuales, o si solo se trataba de una asimilación filosófica por irradiación animal lo que rondaba por la cabeza del narrador, por utilizar una de las tantas dicciones con la que se puede catalogar a quien escribe: el narrador bonzo”.

(Buenos días mis camaradas, aquí de nuevo con las energías renovadas. Deberé cargar Energina para el coche, luego, no sé, no he consultado mi agenda, creo tener un encuentro con unos timadores. La uñas ¡joya! también pasé por la peluquería y  demoré, habían señoras y habían señores petrificados, las mujeres de cera, todos a la vez leyendo revistas, la misma, esperando su turno, ¿su turno para morir? Yo tenía el numero 18. Sí, sí, sí,  ¡el trío del sí!, el número del aula 18, norte)

“Nomás dijo eso, quedamos como boca e jarro, mirándonos entre nosotros, lívidos y subjetivamente ancianos, vacíos de brújula pero más vacíos de agua de mar, y de las orondas pérgolas que se mecían por los veranos zondeados volaban los expedientes de todo tipo de trámite del instituto superior, desaparecía el testimonio y la prueba. El práctico, el práctico, nos apuntamos, y también nos apuntamos: la 18 y, a las 18”

“Los trabajos seguían realizándose en los grupos de tareas a medida transcurría el semestre, yo figuraba en todos, colaboraba haciendo resúmenes y traducciones para luego tener mi tiempo para mi proyecto: el trabajo místico. Si bien se ha dicho en reiteradas oportunidades “éramos jóvenes”, dicha expresión no pretendía el cobijo de algún abrazo y mucho menos pretendíamos por jóvenes nos juzgaran nuestras adolescencias, la ausencia de experiencias que luego vendrían como un torbellino de larvas todas juntas,  huracán de crisálidas, para parir un monumental tsunami de mariposas desmintiendo al largo porvenir de nuestras vidas que luego destrozarían todo posibilidad de entusiasmo y encantamiento”

“Tampoco la idea de juventud que aquí despliego vaya a tomarse como idealización romántica de ser, o sido, humano. Todos fuimos jóvenes alguna vez, y todos alguna vez volvimos a ser lo que no supimos podíamos llegar a ser, si de ser algo se trata, en este instituto que nos alberga”

“… entonces nos la sabíamos toda junta, toda adentro y toda afuera, porque fuimos de las casas de adentro volando hacia afuera, a aguaitar los viejos ventanales donde los caranchos, donde los espectros ofrecían didascalias de amor y muerte. Éramos jóvenes pero algunos ya evidenciaban ciertas tendencias a la muerte. Discapacitados en sillas de ruedas subían las escaleras para que en el tercer piso del edificio, ellos, los discapacitados en sillas de ruedas, pudieran participar del asunto epistemológico, ¡todos queríamos ser ciegos y ciegos éramos con solo mirarnos la ceguera!”

“Convidame un poco más de muerte, de la muerte de tus labios, de la muerte de tu baba. Quiero mucho más. Dame mi segmento de amor, lo quiero ya, si yo ya puse plata y el segmento no está, rezaba, una de las pintadas dentro de los baños públicos”

“Nos olíamos el culo por las noches en las casas luego de los trabajos prácticos, y en las noches perdíamos toda conciencia de lo trabajado en los grupos de tareas. La profesora Griselda Semeneguilch, a esta altura, ya estaba en el medio de todos nosotros, sus alumnos. Guarra y borracha, ataviada con ropa suelta y sugerente, la profesora Semeneguilch tenía un pantalón de jean tan apretado que muchos huían de los cursados a pajearse a los baños. La perra de Semeneguilch, llegaba a los encuentros con la pócima para los rituales, entonada, lascivamente promesante de vaya a saber qué Rasputín y sus visitadoras”

“Al principiar la cursada nos juntábamos los alumnos. Pero, no bien pasaron los primeros trabajos prácticos, nos juntábamos con el cuerpo de profesores de determinadas materias donde sus docentes sabían ser tentados por el arte de la lujuria de los alumnos”

(No consigo resolver algunas cuestiones ligadas a la locomoción. La moción que les propongo es la siguiente: como puedo demorar más de lo debido, ya no tengo el apuro de ustedes, ya lo tuve, bien adentro tuve el apuro al punto de enfermar y quedar postrado por meses en un instituto de recuperación para el tarado. Bueno, se los dije, tengo taras, no sé si por el paso inagotable del tiempo mis palabras ya no salen como mi espíritu mandan, hay en el camino del pensamiento al cuerpo, algo obturado por una tara, me lo ha dicho el médico, los amigos, las amigas, los psiquiatras, los acomodadores de huesos para la mala posición. Mi mala posición fue política; por tanto, de las malas posiciones políticas, de las malas formar de resolver un trabajo practico y de las que hay que aguantarse en medio de un grupo de tareas, hablo y escribo con taras”. Por tanto sepan entender que más cerca del arpa que de la guitarra estoy, por el momento, hasta nuevo aviso, atte. El narrador)

“¡No supimos qué hacer con esto! ¿El narrador se nos muere? ¿Y los profesores y las profesoras, promesantes del cuerpo docente?, ¿Y los mariscales maricones que supieron con sus estrategias de caballería corsaria educarnos mariconamente, no cuentan más? ¿Han muerto todos? ¿Lo han decidido o los han matado? A punto de la eutanasia visitamos a algunos en sus camas solitarias…”

“¡Empezaron a morirse todos los profesores y todas las profesoras del instituto superior¡ No parecía haber recambio, se daría, proféticamente hablando, en la práctica. Uno de nuestros muertos, uno de los del cuerpo docente, de los que se tiran de los pisos más altos de los edificios para decir adiós, hasta la vuelta, dijo, repitió, un trío más que considerable, tal vez el trío de los tríos: se hace currículum para vivir y no vivir para hacer currículum, después dijo: no hay nada más práctico que una buena teoría, y también, dijo: peor es laburar

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