DETRÁS DEL ESPEJO

Un cuento breve de Julio Coronado para Escribientes, el lugar donde leer cosas un domingo… o similar

Julio Coronado *



Posó frente al espejo. Su cuerpo no era el mismo de la juventud. Más de 70 años empujan el tiempo y la gravedad. La carne que rodeaba los pezones expresaba tristeza. Blanca, pálida. Ni restos de volumen o tonicidad. El cuello arrugado como un bandoneón. Gira mira sus nalgas: dos gotas en un océano de nada. Unos hombros que parecían los de una percha quebrada en el medio. Su metabolismo mantuvo su cuerpo siempre delgado pero ya no joven.
Se sentó a los pies de la cama. Juntó los talones. Se miró entre las piernas. Cuándo me lo harán cómo me gusta y con toda la lengua, pensó. Se dejó caer sobre a cama de espaladas. Siempre quiso un espejo en el techo, como en los hoteles. La respuesta siempre fue la misma durante años. Unas risas, uno cariños y…Qué van a decir los chicos, la nena, dejá de joder. Hasta que todo quedaba como una broma después de coger para alguna fecha importante de toda su vida. Cumpleaños, aniversarios, navidades, asensos laborales, por lo menos cuatro veces al año durante 38 años de matrimonio esa broma había sido dicha. Ni en su habitación ni en el departamento había alguna otra persona. Se notaba en el silencio. Fue a la cocina. Un espacio amplio, dividida en dos por un desayunador de madera lustrada. Toda la alacena y mesada de acero inoxidable. Miró hacia el pequeño balcón del lavadero. Recordó que su nieta y las amigas habían venido a cambiarse antes de ir a bailar. Había quedado ropa de ellas. La encontró en un bolso, que estaba en un estante al lado de un lavarropa de última generación. El qué me merecía dijo en voz alta al cómpralo.
Tenía hambre. En la heladera había queso y dulce de batata. Un clásico de la familia. Cortó dos trozos bien grandes, los puso en un plato y se sentó a mirar la ropa mientras desayunaba. Dos corsé brillantes, varias minifaldas y tres vestidos sin mangas muy ajustados. No lo pensó ni cinco minutos y se probó todo. Menos las minifaldas, lo demás le entró. Lo que más le gustó fue un vestido negro elastizado. Se veía igual que en su adolescencia cuando se disfrazaba con su prima en la casa de una tía que había sido actriz de radio teatro de la época de Perón. Había hecho una gira por todo el país con la de personaje secundario en la obra que contaba la vida de Desirée la amante de Napoleón Bonaparte. Una vez la tía volvió antes de lo pensado y al entrar lo que encontró fue a dos adolescentes llenas de collares en deshabillé transparentes y corpiños que nunca iban a poder llenar. Una carcajada cómplice de ella hizo desaparecer la tensión en segundos. Fue su primer recuerdo de juventud esa tarde en la casa de la tía actriz. Ella invitó la media tarde y comenzó la mejor y única clase teórica de verdadero sexo anal y oral que tuvo en toda su vida. Nunca habían escuchado a nadie adulto decir esa palabra de esa manera. Con naturalidad y dulzura. La concha la ponen todas, pero el culo y la boca no y para vivir tienen que saber hacerlo. La saliva, la lengua y los dedos son la base de cualquier

relación les dijo y les mostro como se hacía con una banana que tenía en la frutera como se podía y se tenía que hacer para lograr placer.
Ya había pasado casi media hora mientras terminaba de postre preferido el vigilante. Que fue su primera fantasía cumplida a los veinte años. Chupársela a un policía, no le gustaban las palabras como botón o milico para referirse a ellos. Policía, la letra p, ya le sonaba a poronga o pija y eso le hacía transpirar el cuello hasta el fin de la espalda. Los recuerdos comenzaron a llegar uno a uno, como los laburantes de las grandes ciudades cuando se agolpan en los andenes del tren para ir hasta su lugar trabajo. Las veces que a la salida de la facultad de medicina se tomaba el último colectivo y se bajaba en un descampado con un policía de bigote finito que siempre le pedía que haga lo que quiera con su pija pero con los ojos cerrados. No le importaba, solo quería la pija de un policía entrando y saliendo de su boca. Luego vinieron los médicos, los médicos del club de médicos, pacientes, vecinos, desconocidos, nunca alguien conocido desde la amistad o la familia.
Para el culo siempre buscó fijos. Uno o dos, pero fijos. El primero de todos, fue un ingeniero civil que conoció cuando estaban construyendo una parte nueva del hospital. Mario era su nombre. Como era el ingeniero encargado de la obra le habían puesto una oficina para que guardara solamente planos y papeles al lado de la sala de guardia. Todos los días a la las seis tarde terminaba de trabajar y pasaba a dejar sus cosas. Una vez a fines de junio se encontraron en el estacionamiento. Ya habían cruzado miradas en el patio del hospital entre los obreros que llenaban de cemento las nuevas veredas. Le dijo que en la camioneta tenía lugar. Tenía auto pero lo dejó estacionado. Salieron de la ciudad. Manejaron cerca un poco más de 20 kilómetros hablando muy poco. La camioneta era una Ford, con la cabina grande. Cuando ya la ciudad era solo unas pequeñas luces en el retrovisor se detuvieron por una calle paralela a la ruta. Apenas detuvo el motor comenzaron a besarse. Mientras le sacaba brillo a esos labios curtidos por el sol le desprendió el pantalón y se lo metió a la boca. El agujero del culo se le abrió solo. Bajó el vidrio de su ventana, la del acompañante, se puso de rodillas y apenas saco un poco la cara por la ventana cuando sintió como lentamente le iba entrando todo eso en su cuerpo. Primero despacio, muy despacio, como las pequeñas lanchas de pescadores cuando van saliendo del puerto hacia mar abierto. Un ritmo lento que aceleraba ala misma vez que caía el sol. Cuando ya la oscuridad llego fue que acabaron casi al mismo tiempo. Siguió viéndolo hasta que el la refacción del hospital terminó tres años después.
Eran las once de la mañana. En menos de una hora iban a llegar todos después de misa. Hacía años que no iba a la misa más importante de la semana, la del domingo a la mañana. Era su único momento de soledad en su casa desde que había colgado el estetoscopio y su guardapolvo con su nombre bordado en el bolsillo. Tenía media hora para masturbarse con una bala vibradora miniatura a que se manejaba de maneja a su propio gusto placer de manera remota que había comprado por internet. Se baño en cinco minutos. Se acostó casi sin secarse por la falta de tiempo. Se puso boca arriba y empezó a pasarse la bala por todo el cuerpo con una mano y con la otra lo manejaba con el control remoto. Tenía dos velocidades. La más lenta para los pezones, la más rápida directo al culo. Cuando ya la piel estaba seca del mismo calor que desprendía y la cama se desarmaba sola de tanto placer sintió que la puerta se principal se abría. Salió de su cama, escondió la bala en el mismo bolso que la ropa de su nieta y lo tiró en el fondo del placar en la parte de arriba. No tenía ni una toalla encima cuando

una voz irrumpió en su habitación. Alcanzó a ponerse detrás del espejo. ¿Carlos todavía no estás listo? Dijo su esposa.

* Julio Coronado. 1974. Poeta. Profesor de Lengua y Literatura. Peronista.Público Poemas Totales ( Ed Carbónico, 2013 ) La espera ( Ed Glifo, 2020). Contacto @juliocoronadotextos en Instagram.

Julio Coronado

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *