CRIMEN DE CLASE, CÁRCEL DE CLASE

La Argentina subterránea

                                                      

El asesinato del joven Báez Sosa perpetrado por un grupo de muchachos pertenecientes a ese sector de las clases medias que sueñan con vivir en Miami Beach Florida y están convencidas “que no le deben nada a éste país” nos remite a lugares comunes y no tanto.

En este punto existe un antecedente literario y militante de indudable vigencia:  la  descripción de la Argentina oficial y la subterránea  en la obra de Rodolfo Walsh.

En su libro: “QUIEN MATÓ A ROSENDO” investigó el asesinato de Rosendo García. Este era- en la década de los 60- un dirigente metalúrgico en ascenso de Capital Federal que amenazaba el feudo de la UOM en poder del “lobo” Augusto Vandor.

El hecho luctuoso se desarrolló en un bar de Capital. Fue protagonizado por dos grupos antagónicos del peronismo. Los insultos subieron de tono y se produjo “un enfrentamiento” a tiros que terminó con heridos y la muerte de Rosendo.

Como de costumbre, desde el inicio,  la prensa de siempre atribuyó la muerte de García a los” zurdos infiltrados”.

El trabajo de la “Argentina Subterránea” siguió inmediatamente al hecho. La Policía ordenó limpiar el lugar, esto es el salón del bar, quedando solamente los impactos de las balas en las paredes.

Como sabemos, esa alteración produce una pérdida irreparable del material probatorio.

Luego la Fiscalía y el Juez intervinientes hicieron todo lo posible para dejar a salvo la responsabilidad del grupo de Vandor, llegando incluso a tomar declaraciones a un testigo a quien no se lo interrogó por sus datos personales.

La posterior investigación de Walsh demostró que los disparos habían sido efectuados sólo desde el grupo de Vandor, a quien el autor le atribuyó la muerte de García.

En su reflexión final decía “que ese hecho desgraciado” puso en evidencia el funcionamiento una estructura paralela y subterránea en los niveles periodísticos, policial y judicial, encaminados a brindar impunidad a sus autores.

Otro hecho que nos viene a a la memoria son los atentados de la década de los noventa contra la Amia y La Embajada de Israel.

Atentados perpetrados en plena CABA,  que afectó al personal y público de dichas instituciones.

  Es dable destacar que sus dirigentes eran personas con amplias vinculaciones políticas, económicas y sociales.

Sin embargo, y a pesar de su difusión e impacto mediático, la destrucción y adulteración de las pruebas por los estamentos judiciales y policiales impidió avanzar en el esclarecimiento de ambos atentados.

Luego de casi tres décadas, condenados  un Juez y policías cómplices de la adulteración probatoria, pistas falsas y sin llamar a declarar a testigos que pudieron aportar elementos, su esclarecimiento aparece como casi imposible.

Lo concreto es que aquí también funcionó la Argentina Subterránea.

El caso de Baez Sosa tuvo características especiales:

A diferencia de la Amia y la Embajada de Israel,  la amplia difusión pareció funcionar como un caso de condena social por la brutalidad del hecho.

 Respecto de las pruebas, lejos de aquella adulteración, fueron apareciendo testigos, cámaras etc. A pesar que sus autores eran de sectores medios casi no se alzaron voces en su defensa y si amplia solidaridad con sus padres.

Tampoco se culpabilizó a la victima como suele suceder y los intentos de sus letrados de presentar el crimen como “homicidio en riña” o “preterintencional” fueron claramente inconducentes.

A pesar de las deficiencias técnicas que, en derecho, siempre se pueden señalar,  en un país acostumbrado a la impunidad, en este caso las condenas fueron justas.

En éste caso, la estrella invitada de la Argentina Subterránea fue el Servicio Penitenciario.

Creo que, como pocas veces se habló de su impunidad y a nadie llamó la atención.

 En especial durante enero- mes con pocas noticias- asistimos a un curso mediático acelerado de la “real politik” carcelaria.

Hablaron: presos, ex­-presos, criminólogos, abogados penalistas, de los buenos y los otros, infinidad de periodistas.

Se dijo casi todo: Desde elección de penales, celdas, hasta régimen de visitas especial, comidas preparadas fuera del penal, recreación, teléfonos, pabellones con seguridad.

Es que, con dinero, tanto adentro como afuera la vida es distinta.

Nadie se escandaliza por la comida horrenda y los negocios que se manejan con impunidad. Si hasta un jefe narco de la azotada Rosario tiene un teléfono de línea cuya titularidad es del Servicio Penitenciario.

Explicaba un periodista: No es que tenga teléfono: “En el penal había uno en la oficina lindera y él estiró la mano por un agujero y lo alcanzó”.

Sin comentarios.

Como díría Walsh, otro hecho desgraciado el crimen de Baez Sosa pero nos volvió a mostrar otra faceta de las tantas, de la Argentina subterránea.

 

Licenciado Carlos.

 

 

 

 

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